Recopilado por: Dra. María Giuffrida de Mendoza
Por mucho tiempo, y quizá como muchas mujeres, mantuve una insatisfacción emocional que frecuentemente adjudicaba a mi relación de pareja. No diré que la otra parte era fácil de sobrellevar, porque no es así, ha habido luchas difíciles precisamente debido a nuestros caracteres difíciles. Sin embargo, lejos de ese problema de carácter, estaba esa constante necesidad de atención que yo reclamaba, dicho sea de paso, de manera no apropiada.
Una de las cosas más difíciles en las relaciones de pareja es descubrir la personalidad de la otra persona, así que comencé a obtener herramientas para conocer el tipo de persona que era yo y la de pareja a mi lado para aprender cómo tratarla. Descubrí que mi personalidad vaciladora y la personalidad evasora de mi pareja parecían no colindar bien. Pero una pregunta siempre estaba en el tapete ¿Qué cosa nos unió alguna vez con tanta fuerza que conllevó a tomar la determinación de unirnos “para toda la vida”?. Y después las otras interrogantes: ¿Qué se rompió o qué se perdió en el camino?.
Muchas parejas se casan para toda la vida; sin embargo, en razón de la rutina y desacuerdos, falta de comunicación, etc., parece que todo comienza a marchar mal, parece que ninguno de los dos se entienden. Entonces se desata la tercera guerra mundial hogareña, discusiones van y vienen, hostilidad, y con ello la falta de perdón, el sentimiento de rechazo que aflora, la ira, el resentimiento…y ninguna de las partes quiere dar su brazo a torcer. Esta era mi cotidianidad hasta que entendí que si yo estaba creyendo en Dios, debía dar el primer paso y comenzar a poner la otra mejilla (Lucas 6:29).
La primera herramienta que usé fue las llaves del perdón, que expliqué bastante ampliamente en el capítulo sobre “mi lucha contra la falta de deseo de perdonar”; porque, siendo honesta, lo que menos deseaba en mi corazón era hacerlo, solo Dios sabe la lucha gedeónica que mantuve durante algún tiempo conmigo misma, pues pensaba que alguno que nos haya herido no merece siquiera nuestro leve deseo de perdonar, claro, esto según nuestra opinión.
Luego cuando llegué a los caminos de Cristo, entendí que debía morir al yo, y la mejor forma de hacerlo era extendiendo ese perdón que yo no quería extender. Con ese paso acompañado de mucha oración, todo el resentimiento se fue esfumando poco a poco. Quiero aclarar que la otra parte puede decidir perdonar o no si lo desea, o pedir perdón o no (sobre todo si no es cristiana); sin embargo, para nuestra sanidad emocional, espiritual y hasta física, toca hacer nuestra parte, pues es una forma de prepararnos para recibir las bendiciones que Dios tiene para todos los que en él confían.
El problema de rechazo (que no comenzó en mi relación de pareja, sino que lo traía desde muchos antes debido a mi relación con mi padre y otras figuras de autoridad a mi alrededor durante mi infancia), lo trabajé mucho afianzando mi identidad en Cristo, al entender que soy linaje escogido, real sacerdocio, pueblo adquirido por Dios (1 Pedro 2:9), que soy bendita, escogida, sin mancha, amada, adoptada, aceptada, redimida, perdonada (Efesio 1:4-7); que soy sal de la tierra (Mateo 5:13), la niña de los ojos del padre (Zacarías 2:8). Conforme declaraba esas verdades de la palabra en mí, comenzaron a hacerse realidad en mi vida, pues la palabra no regresa vacía (Isaías 5:11).
Muchas mujeres han llegado a mi vida con la misma situación de inseguridad, falta de identidad y exceso de control sobre sus esposos. Es necesario entender que no dependemos de otra persona para ser feliz y sentirnos bien. Dios nos llena de su gozo que es nuestra fortaleza (Nehemias 8:10); y eso lo hace cuando decidimos buscar el reino de Dios y su justicia, pues todo los demás cosas él nos la dará por añadidura (Mateo 6:33).
Mujeres que llegan devastadas con amenazas de divorcio y sus parejas las manipulan manifestándoles que las van a abandonar. Tristes situaciones de mujeres que no se valoran al punto de que permiten y hasta toleran la infidelidad en sus vidas antes de quedar solas. No aprendieron a colocar límites en esta y otras situaciones de maltrato físico y emocional. Algunas han llegado al punto de aguantar cosas denigrantes como dormir en el piso del cuarto matrimonial porque su pareja no quiere tenerla a su lado y todo por el hecho de no verse desamparadas económicamente, porque es obvio que sentimentalmente ya lo están.
Ya no hay cariño, no hay palabras bonitas ni de afirmación, no hay ningún tipo de consideración y respeto, no hay detalles, salidas a algún lugar especial en pareja. ¿Las razones?, cuando no hay ningún tipo de interés en la pareja, en realidad sobran: La monotomia, el tedio, el aburrimiento, el dinero, el transporte, otra persona. Se hace un vicio que a mayor maltrato, existe mayor codependencia emocional hacia aquella persona que un día nos prometió amor y castillos en el aire, y que hoy día solo es fuente de sinsabores y tristezas. Tenemos la sensación muy real de que ante la vista del otro y de los demás comenzamos a perder valor y eso nos hace sentir despreciados, rechazados, tristes, solos, iracundos quizá.
Ante tal situación, se nos presentan varias alternativas a considerar para terminar con este calvario. Una opción es permanecer en la relación y amargarnos la vida con esta situación insostenible, otra opción es buscar herramientas para cambiar nuestra actitud, y las circunstancias y seguir en la relación, y la última es separarse. Esta última es la peor de todas, sobre todo cuando va acompañada de la decisión de buscar otra relación sin haber sanado las heridas, llevando consigo toda la maleta de dolor a cuestas. Definitivamente, debemos aprender que no nos casamos para ser felices, de hecho, nadie está obligado a hacer feliz a nadie, simplemente nosotros tenemos la responsabilidad en nuestras manos de ser felices, y tenemos la libertad de decidir compartir esa felicidad con el otro.
Puesto que la decisión de separarse no es aceptada bíblicamente, a menos que haya una razón de peso como la infidelidad y la incapacidad de perdonar; quizá la mejor opción hasta ahora, y que Dios bendecirá si luchamos la buena batalla de la fe, es buscar ayuda para cambiar. Lograr ese cambio que Dios quiere viene como resultado de trabajar bastante duro, introducirnos en ese “cuarto de guerra” para orar por nosotros y por nuestra pareja, unirse en oración con otras mujeres o parejas y, definitivamente, estar convencido de que Dios obrará en nuestras vidas y restaurará lo que tenga que ser restaurado. Se requiere de una buena dosis de valentía para tomar esa decisión, porque significa “pararse en la brecha” como dice una amiga.
Hasta ahora, creo que es una de las formas para que ese deseo de “me voy a separar”, “ya no aguanto más” salga definitivamente de nuestro corazón y de nuestra mente, aunque en el fondo pensemos que es la mejor solución.
Una de las cosas que podemos hacer, es buscar un consejo sabio de personas cristianas que hayan logrado el éxito en esta área de relación de pareja, la palabra dice que en la multitud de consejeros está la sabiduría (Proverbio 11:14). A veces, esos consejos pueden ser buenos para restablecer la comunicación, la armonía y la paz en la relación matrimonial.
¿Cómo dejar la codependencia?
Sin dependencia de Dios, solemos depender de otras personas. La dependencia de Dios es algo que debemos cultivar, además la oración, la lectura de la palabra y el meditar en ella, alabar al padre en todo tiempo logra en nuestras vidas lo inpensable.
Probablemente, días tristes vendrán, los problemas seguirán; pero llegada la noche, en la soledad de la cama, aún con esa pareja a tu lado, seguir dependiendo del Padre, pedir su abrazo amoroso y su consuelo son dos armas poderosas que aprendí en todo este proceso. Dios se convierte en nuestro amor incondicional, quién más fiel que él para amarnos como nosotros necesitamos. Nada nos llenará más en este mundo que él, somos completos en la plenitud de Cristo. Aprendí, por medio del material de consejería bíblica de Charles Lynch (2010), que cuando aprendemos a ser consolados por Dios durante el dolor más profundo, podemos obtener dos beneficios que son la “esperanza” y la “fortaleza”. Esperanza para el que ya no tiene mucho que esperar y Fortaleza, que es lo que más necesitamos en los momentos de angustia.
Estés o no con tu media naranja, esa llenura de Dios seguirá allí. En algún momento, una de las mujeres que pude aconsejar alguna vez y cuyo esposo iba y venía cada vez que tenía una discusión con ella, me dijo con regocijo un buen día: ”finalmente puedo sentir que si mi esposo no vuelve, igual estaré bien”. En el fondo de mi corazón sentía que él regresaría (y de hecho lo hizo), pero ella había aprendido la mayor lección que Dios desea que aprendamos: “Que solo en la dependencia total y absoluta de él, encontraremos la verdadera felicidad”.
Los límites y el respeto son herramientas útiles en este tipo de relaciones. No tenemos por qué permitir que los demás nos ninguneen, ni siquiera nuestra pareja quien a veces usa el pretexto de la sujeción para abusar de la otra.
Sin embargo, debe quedar claro que no solo una de las partes es la mala del asunto, aunque no parezca, a veces, estas relaciones insufribles son resultado del exceso de control que ejerce una persona sobre la otra en la pareja (generalmente la parte que se considera más débil en la relación), y es que la otra parte se siente sofocada y con ganas de huir.
En el libro titulado “El amor debe ser firme” Dobson (2006) afirma que si amamos a alguien debemos dejarlo libre, si regresa nos pertenece, si no, simplemente no es nuestro. Pero mientras nos dejemos manipular con amenazas, maltratos físicos o verbales, simplemente la relación seguirá igual. El autor del libro recomienda que se debe “abrir la jaula”. Esto involucra el cese inmediato del uso de la ira y la culpa, el dejarse tratar como un trapo de limpiar piso, y el llanto como formas para manipular al otro y retenerlo a nuestro lado. Hacer esto ahonda la falta de respeto, y las amenazas de marcharse.
Aunque no lo crea, aceptar esa decisión de irse del esposo abre la puerta de la jaula al conyugue que, ante tal actitud, no puede concebir la idea de que queda libre para irse o quedarse. Si esas palabras van acompañadas de la frase: “te puedes ir cuando lo desees, no puedo hacer nada al respecto, sólo se que Dios ha estado conmigo y seguirá conmigo y eso hará que yo esté bien”, el cónyuge enjaulado no lo podrá creer, y pensará que en una o dos semanas lo llamará para volver a lo mismo. Eso pudiera suceder, pero es necesario mantenerse firme y no caer en esto de nuevo, sin embargo, el tiempo le dirá a su conyuge que su decisión es en serio.
Su pareja puede tratar de hacer que desista de su idea de alejamiento con hostilidad, insultos o flirteando con otra persona, pero cuando no logra su cometido y se ve en verdad libre de la opresión del cónyuge, ocurren tres cosas:
1. El cónyuge atrapado ya no siente que sea necesario luchar contra el otro y su relación mejora.
2. Finalmente, la pregunta de cómo zafarme de esta persona, cambia a: ¿en realidad quiero zafarme de esta persona?
3. El tercer cambio ocurre en la mente del conyugue vulnerable. La persona comienza a recobrar el respeto por sí misma y recibir a cambio pequeñas pruebas de respeto.
Pablo, en 1 Corintios 7:12-15, da ciertos consejos en relación con los esposos. En la última parte, consiente la separación del cónyuge inconverso si la relación resultase insostenible y aquel no quiere vivir con el cónyuge creyente. No hay culpa en aceptar lo que está fuera de nuestro control y la aceptación de esto desencadenará la paz en la relación.
Finalmente, la decisión es suya: se sigue conformando con lo que está viviendo, lucha por cambiar y se queda en la relación o, definitivamente, abandona la relación. Sea cual sea la decisión que tome, no la tome a solas, consulte con personas sabias y entendidas de la palabra; pues un consejo a tiempo es mucho mejor que el arrepentimiento por la decisión mal tomada.
Cloud H y Thownsend J. 2006. Límites.
Dobson J. 2006. El amor debe ser firme. Versión digital.
Charles Lynch. 2011. Manual de Conserjería Bíblica.