TIEMPO DE OBSCURIDAD Y ANGUSTIA. LO QUE DIOS PUEDE HACER
Recopilado por: Dra. María Giuffrida de Mendoza
Si alguien hace algún tiempo me hubiese dicho que alguna vez yo iba a estar escribiendo algo sobre este tema, y peor aún, si me hubiese asomado la posibilidad de que yo iba a pasar si acaso por esta condición, creo que jamás le hubiese creído. Y es que simplemente estaba convencida que eso jamás me sucedería a mí. Pues nunca había siquiera oído hablar de este asunto del pánico hasta que me tocó vivirlo en carne propia.
De niña fui una niña bastante callada y tímida, con muchas inseguridades, pensé que igual que las otras niñas de mi edad; en realidad, estaba convencida de que esa personalidad no le hacía daño a mi vida ni al resto de la gente. Fui creciendo muy seria y poco conversadora hasta que me tomaran confianza, pero sí recuerdo algo en mi personalidad que no lograba entender y que se lo adjudicaba al trato de mi padre, y es que eventualmente me tornaba triste y melancólica.
Sin embargo, pese a esa característica, desde el inicio de mi vida adulta, me mostré “en apariencia” como una persona segura de mi misma, fuerte de carácter, emprendedora, lo que se diría en el argot popular “Toda una triunfadora”, y hacía mi más grande esfuerzo porque nadie notara mis debilidades, pues nadie me había enseñado siquiera a ver que las tenía. Pero un día caí en un estado emocional que en medicina se conoce como ansiedad generalizada, o ataques de pánico. Y todo comenzó con una a taquicardia y sensación de mareo repentino que de pronto me tomó por sorpresa en la calle, afortunadamente andaba con una hermana de sangre, y ella me acompañó a una consulta de emergencia cardiológica donde por primera vez oí sobre eso (a pesar de mis tantos años de estudio en el área de la medicina). El médico en ese momento se lo adjudicó a una condición cardiaca con la cual nací. Y por supuesto, no me conformé con eso. Llegando a mi casa comencé a buscar en internet todo lo relacionado a este padecimiento, entre ellos, testimonios de personas que lo habían padecido, y conseguí lo siguiente:
Una crisis o ataque de pánico comienza de repente y con mucha frecuencia alcanza su punto máximo al cabo de 10 a 20 minutos. Algunos síntomas pueden continuar durante una hora o más. Un ataque de pánico se puede confundir con un ataque cardíaco. Una persona con trastorno de pánico a menudo vive con miedo de otro ataque y puede sentir temor de estar sola o lejos de la ayuda médica. Las personas con trastorno de pánico tienen por lo menos 4 de los siguientes síntomas durante un ataque: Molestia o dolor torácico, mareo o sensación de desmayo, miedo a morir, miedo a perder el control o de muerte inminente, sensación de asfixia o dificultad para respirar, sentimientos de separación, sentimientos de irrealidad, náuseas y malestar estomacal, entumecimiento u hormigueo en manos, pies o cara, palpitaciones, frecuencia cardíaca rápida o latidos cardíacos fuertes, sensación de dificultad para respirar, sudoración, escalofríos o sofocos, temblor o estremecimiento.
Sino todos, creo que tuve al menos mas del 50% de estos síntomas, y créanme que es lo peor que me ha podido suceder en mi vida, ¡Bueno!, al menos eso era lo que yo pensaba, hasta que no tardo mucho en aparecer acompañando a tales eventos un estado depresivo del cual sentía que no me podía levantar.
No sabía qué hacer, honestamente a pesar de lo que estaba sintiendo, me avergonzaba esa condición, no quería pedir ayuda a pesar de que me sentía débil y desvalida. Ahora reconozco que en parte el orgullo y la vergüenza de sentirme desvalida no me permitía buscar ayuda de nadie y me repetía a mi misma y a los demás que yo podía salir sola de eso (era lo que yo creía); sin embargo, ante mi imposibilidad de salir del hoyo tan profundo donde estaba comencé a buscar ayuda de todas partes: mi esposo, mis hijos, mis familiares, mis amigos, los médicos, los medicamentes, etc., y Dios, “me parecía tan lejos” (porque por mucho tiempo estuve tan alejada de Él), que me sentía “indigna” de pedir su ayuda.
Estaba completamente desesperada, y comencé a sentir miedo de todo, de vivir y hasta de morir, me sentía completamente sola a pesar de mi familia y de mis amigos. Estaba perdida en este mundo sin saber hacía donde iba y porque había nacido, empecé a preguntarme “porqué estaba aquí”, comencé a perder el ánimo de hacer todo lo que hacía anteriormente (estudiar, trabajar, hacer los deberes del hogar, de atender a mi esposo y a mis hijos), los premios derivados de mis logros académicos comenzaron a perder sentido, fue la época más espantosa de mi vida; un día leí una frase que decía que “cuando la vida es más vacía mas pesa”, pues ahora sé que eso es totalmente cierto. Debo ser honesta al confesar que en esos momentos llegué a envidiar hasta la vida que llevaba el mortal más simple (un mendigo quizá) como el ciego que pasaba por mi casa pidiendo algo de comer y cantando, y con tal de no sentirme como me sentía, creo que hubiera cambiado mi vida por la de él en aquel momento. La biblia no se equivoca cuando dice que mejor es un día en sus atrios que mil lejos de Dios (Salmo 84:10), y no anhelo ni un solo día de aquellos (sin Dios) a pesar de que hoy día agradezco a Dios por lo que aprendí en ese desierto de mi vida.
Fueron obscuros días de malestar físico y emocional, días durante los cuales muchas cosas influyeron en mi falta de sueño (principal ingrediente que contribuye a los problemas de ansiedad). Un estado de ánimo por el suelo, una condición física precaria entre otras cosas debido a problemas gastointestinales acompañados de hemorragias digestivas; por su parte, la ansiedad agravaba aun más las arritmias cardíacas provocadas por mi problema de prolapso en la válvula mitral. Y el estrés en el cual vivía contribuyó a que desarrollara un tumor (a Dios gracias benigno según la biopsia) a nivel del músculo masetero que presionaba el nervio masetero (a nivel mandibular), ocasionando un dolor tan fuerte en mi oído izquierdo y en mi cabeza que me impedía conciliar el sueño por las noches. Perdí la cuenta de las veces que desarrollé algún tipo de infección, y todo derivado del mal dormir y de la información negativa que mi cerebro le enviaba al resto de mi cuerpo, lo que lograba hacer mella en mi sistema inmunológico o de defensa.
Durante esos días no concebía la vida a mí alrededor, no sé explicar lo que sentía, era como estar en el limbo sin saber qué hacer y hacia dónde ir. Durante esas noches en vela recurrí a la lectura y a la TV, y no conciliaba el sueño de ninguna forma, y cuando intentaba hacerlo, el terror se apoderaba de mí y era como si algo me estuviera ahogando y me robara la vida, y muchas veces temía dormirme, y cuando lograba hacerlo, era porque el cansancio me ganaba. Debido a la falta de sueño, me levantaba cansada y mucho más deprimida que el día anterior, porque el cansancio se me iba acumulando. Tenía mucho miedo de salir a la calle y de enfrentarme al mundo. Sentía que mi mundo estaba detenido en un horror de confusión y de miedo. Hubo noches en las cuales tuve sueños horribles donde veía que algo obscuro caía sobre mí.
Un día de tantos otros de soledad y obscuridad, comencé a recorrer toda mi casa y a declarar “Dios, no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mateo 8: 5-13), creo que en aquel tiempo, eran unas de las pocas palabras que recordaba de la biblia. Aún recuerdo, que esos días, estando muy quebrantada de salud y de ánimo (y viendo a mi alrededor todo obscuro), salí al jardín de mi casa y comencé a clamar a Dios con mucha desesperación y angustia por eso que yo sentía, y parecía como si algo o muchas cosas que me estaban atormentando salieran de mí, en ese momento, yo no creía en demonios ni en nada que se le pareciera, pero eso pasó y desde ese día comencé a sentir un poco de alivio dentro de mí, a pesar de que aún continuaba mis episodios de miedos y mi depresión.
Completamente desesperanzada y sin saber cómo salir de ese mar de desesperación donde me encontraba sumergida, en un principio comencé a aferrarme a pensamientos fuera de lo espiritual, sobre todo, porque algunas personas muy escépticas a mí alrededor me decían que si yo no creía en Dios, de algo tenía que aferrarme; y yo simplemente sentía la imposibilidad de acobijarme en Dios porque no lo conseguía por ninguna parte; quise refugiarme en las cosas materiales (estudios, trabajo), en las demás personas (mi esposo, mis hijos, mis amigos, mi familia materna), en placeres mundanos (música, salidas a cine, parques, etc.); y lo cierto es que ninguno de ellos conseguía aliviar mi pena. Finalmente opté por unas pastillas (antidepresivos y ansiolíticos), las que para ser honesta ahora analizando la situación de aquel entonces, no me ayudaron mucho, porque mientras más las ingería más mal me sentía, entre otras sensaciones físicas (a nivel del sistema nervioso), psicológicamente sentía que no tenía dominio de mí, me hacían sentir impotente, e insignificante como persona. Además, la ingestión de las mismas lograba, cuando no las ingería, sumergirme en una depresión mayor a la que tenía antes de haberlas ingerido, era un círculo vicioso del cual parecía no poder salir, y cada día me sentía peor.
Usualmente estaba en la calle y me desesperada por volver a casa porque el miedo me invadía de pronto, y me acostaba en mi cama con los pies para arriba, porque pensaba que era algo circulatorio y que no me llegaba oxígeno a los pulmones, pues sentía que la garganta se me cerraba y no podía respirar, hasta que terminaba tomando un ansiolítico sintiéndome después mal por haberlo hecho, porque no quería originar en mi dependencia hacia esos medicamentos. Pero no conseguía que hacer. Los especialistas insistían en que debía tomarlas, y me hubiera gustado conseguir a alguien que me dijera que podía salir de eso sin necesidad de introducir algo ajeno a mí en mi interior.
Uno de esos tantos días de aquellos obscuros de mi vida, pensé que me iba de este mundo, ni siquiera sentía mi cuerpo por la ingestión de pastillas para dormir (que no me inducían el sueño, y muy por el contrario me provocaban insomnio), me pellizcaba las piernas y no sentía nada, parecía que había perdido toda sensibilidad; no sentía siquiera ganas de llorar, por un momento pensé que había perdido la cordura (aunque no creo que una persona fuera de sus cabales, se tome el tiempo de pensar lo que le está pasando), tampoco quería la compañía de nadie, así que rechazaba llamadas y visitas a toda costa; en realidad ahora pienso que nadie hubiera querido mi compañía en aquel entonces; porque si yo no me quería a mí misma, no creo que alguien querría estar con una persona así.
Me culpaba por todo, lloraba en el baño cada día, y suplicaba a Dios que me sacara de ese estado, sin obtener respuesta de ningún tipo, sin darme cuenta de que Dios estaba obrando en mí para hacerme la persona que Él quería que yo fuera. Fueron muchos días deprimida, y pensaba y en verdad sentía que no conseguía a Dios de ninguna forma, sin siquiera percatarme de que mi madre, mi esposo, mis hijos, mi suegra, mis hermanos y mis amigos, eran las personas que Dios estaba utilizando para ayudarme.
En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.Proverbios 17:17
Un buen día, aún estando muy pero muy mal, clamé de nuevo como tantos días había hecho, y pedía y suplicaba a Dios que me dijera que era lo que quería de mi, que lo que sea que quisiera de mí, me lo hiciera saber de alguna forma que yo lo haría, pero que yo ya no me quería seguir sintiendo como me sentía (no puedo siquiera explicar que se siente cuando uno tiene un vacío en el alma). Ese mismo día en la tarde (un domingo de septiembre del 2009), llegó a mi casa una persona que fue mi amiga hace demasiado tiempo durante mi infancia y adolescencia, ella no era precisamente la persona que yo hubiera pensado algún día que sería utilizada por el Señor para llevarme hacia Él. Ella desde la infancia fue una persona muy esotérica, pero hacía mucho tiempo que no nos comunicábamos (a pesar de que nuestros hijos estudiaban en el mismo colegio) al punto que ni siquiera sabía que era cristiana; sin embargo, fue ella quien esa noche llegó a mi casa, y me manifestó que no sabía por qué estaba allí, puesto que había salido de su casa para otro lugar, pero por alguna razón Dios me había puesto en su pensamiento y decidió visitarme, y traerme la palabra de Dios. Yo no podía creer lo que estaba oyendo, en el mediodía había estado pidiendo a Dios que me dijera que quería de mi y esa noche esa persona llegó a mi casa, diciéndome que lo que Dios quería de mi era que yo lo buscara y que para eso era importante que “me congregara”.
Ese domingo de septiembre, mi antigua amiga me contó todo lo que había recibido de Dios cuando decidió recibir a Cristo en su corazón. En realidad yo necesitaba creer, porque había estado llorando y suplicando tanto y no veía (según mi apreciación) que nada sucedía en mi vida. Esa persona me trajo el mensaje de salvación (e hizo lo que vulgarmente conocemos como la oración de fe), y por primera vez acepté a Cristo en mi corazón. Oía y oía a mi amiga, y no podía parar de llorar (estaba muy deprimida), pero ella me decía que lloraba porque era el Espíritu Santo quien me hablaba y no ella, no estoy segura si en ese momento entendía la magnitud de lo que ella me decía, ni siquiera sé si en verdad creía lo que me decía, pero yo necesitaba creer, quería creer, y tomé la decisión de creer. Ella (mi amiga), me hablaba y de su boca salía cuanto versículo yo necesita oír, pero uno de los más importantes y que impactó mi vida fuertemente, fue el de la mujer con el flujo de sangre, aquella mujer que por mucho tiempo estuvo enferma con un flujo de sangre y no sanaba, pero su fe la sanó cuando recurrió a Jesús y decidió atreverse a pasar por toda esa multitud que se agolpaba alrededor de él, y esa mujer se atrevió a tocar la punta de su manto porque estaba convencida de que si tan solo tocaba la punta del manto de Jesús ella sanaría (Mateo 5:28), y yo me aferré con todo el corazón a ese versículo, lo leí y lo leí, y comencé a decirle a Dios, “si tan solo me dejaras tocar la punta de tu manto yo sé que me sacaras de esta depresión y de esta angustia en la que estoy, si solo pudiera tocar la punta de tu manto yo sanaría”, y comencé a buscar tocar la punta de ese manto de Cristo, sin tener la certeza de que algo pudiera pasar, pero decidí creer que podría pasar. Hay un versículo en la biblia que dice que todo lo que pidamos en oración al padre creyendo lo recibiremos (Mateo 21:22), yo en aquel momento no lo conocía, pero probablemente Dios viendo mi corazón dispuesto, decidió poner esa convicción en mí, y en ese momento no tenía ni la mínima idea del poder que tiene la palabra de Dios, pues la biblia dice que es viva y eficaz, y que penetra en nuestra alma como espada de dos filos, y atraviesa hasta los tuétanos de los huesos (Hebreos 4:12), y nos limpia, y nos moldea como lo hace el martillo y el fuego con el metal.
Las palabras de mi amiga enviadas por Dios se quedaron plasmadas en mi mente y mi corazón, y comencé a buscar donde congregarme. Pues si la fe viene por el oír y oír (Romanos 10:17) como dice la palabra, yo necesitaba llenarme de fe. Solo visité dos congregaciones que recuerdo, una donde conocí a la persona que me proporcionó herramientas bíblicas que me ayudaron a salir de la condición de angustia y temor en el que me encontraba, y una segunda que hasta ahora es la congregación donde asisto.
Pasado poco tiempo en la segunda congregación, aún albergaba muchos miedos, incluso me atrevía a salir poco; pero me sentía más fortalecida, así que decidí pedirle a Dios que me ayudara a dejar el tratamiento (antidepresivo y ansiolítico) que me hacía sentir tan mal e impotente. Compre un libro cuyo nombre no recuerdo pero hablaba de la depresión, y pensé que me ayudaría, pero no fue así, pues la persona que lo escribió, casi aseguraba que no había forma de salir de este estado sino con medicación, y eso era lo que yo no quería saber. Eso me desesperanzó mucho y luego de leerlo me deprimí mas, y es que mi mente estaba débil en aquel entonces en relación a este asunto, y “todo” cuanto leía y oía era capaz de afectarme, sobre todo si era negativo. Huía incluso de cualquier conversación que tuviera que ver con algún tipo de enfermedad o situación, porque inmediatamente comenzaba a somatizar lo que oía. Después de leer aquel libro, pasé días, intentando olvidar lo que había leído, y decidí suplicarle a Dios que sanara mis pensamientos, que no quería albergar ningún pensamiento que no viniera de Él, hasta que aprendí a llenar mi mente con cosas buenas, cambié mis pensamientos negativos por la palabra de Dios, esto fue una de las cosas que aprendí en el material de consejería bíblica del Dr. Charles Lynch.
Poco tiempo después, compre otro libro, esta vez en digital que se llamaba: “como vencer los ataques de pánico” y fue algo peor, habían afirmaciones que no me ayudaban mucho, utilizaban técnicas de meditación que me revelaban mis miedos pero no me ayudaban a enfrentarlos y acabarlos. Mi angustia era tal que me atreví a llamar al autor del libro, porque en el fondo buscaba desesperadamente que alguien me diera la cura instantánea a mi mal, el autor del texto en algún momento me confesó que creía en Dios, nunca me dijo que fue su fe la que lo había sacado de aquello, sino la ingestión de unos medicamentos naturales que el mismo fabricaba y vendía; me los ofreció, y los compré a pesar de que no eran vendidos en mi país, y para ser honesta nunca los ingerí (ya no quería tomar más medicamentos, independientemente de si eran o no naturales); y en una ocasión me animé a preguntarle que si él pensaba que fueron sus medicamentos o su fe en Dios lo que lo había sacado de aquella condición. Lamentablemente, este señor no fue capaz de darle su parte a Dios por su sanación; no sabría decir, si porque él no lo sentía así, o porque me quería vender los medicamentos solamente; pero en aquel momento, cuando yo necesitaba reforzar mi fe, su respuesta no fue para mí un aliciente. Honestamente, me hubiera gustado que me hubiese dicho: “si, fue Dios quien me sacó de allí, El fue quien me sanó”, yo quería oír de alguien esa mágica frase para conseguir aliviar los pensamientos plantados en mi débil cerebro de aquel entonces, porque todo cuanto leía en la web y todo cuanto oía de algunas personas reforzaban la información de que la ansiedad generalizada es una condición que “nunca” se cura, no sabía si era verdad, pero leer u oír eso no era esperanzador para mí.
Sin embargo, una de las cosas que si me sirvió del libro fue el hecho de que el autor decía que el decidió dejar de pensar en lo que le estaba ocurriendo y se dedicó a una profesión que le encantaba, y además daba pautas para dejar la medicación poco a poco, a la vez que controlaba el tipo de alimentos que consumía. Esta lectura me hizo reflexionar que en mi familia hay muchos diabéticos, así que decidí (por sugerencia de una muy buena amiga médico) realizarme exámenes hormonales y resultó que tenía la insulina (hormona que regula las concentraciones del azúcar en sangre) muy alta, y en individuos con predisposición a la diabetes (familia diabética), esta suele aumentarse por consumo de alimentos altos en carbohidratos; y comencé a asociar los eventos de ansiedad, sobre todo cuando andaba preocupada por cosas, con el consumo de este tipo de alimentos, y efectivamente coincidía con el consumo de pastas, dulces, refrescos y jugos, y con la ayuda de esa buena amiga y comadre, aprendí que en muchas oportunidades las hipoglicemias derivadas de la elevación de la insulina sanguínea (o hiperinsulinismo) se suelen confundir con ataques de pánico. Esta amiga me ayudó a consultar con una nutricionista para vigilar y controlar lo que comía, y esto colaboró con Dios en mi proceso del manejo de estos ataques de ansiedad. Entre otras recomendaciones, debía incluir mas proteínas en mi dieta (carnes blancas y rojas magras o con poca grasa), mas vegetales (lechugas, etc), mas granos, fibra y alimentos integrales (arroz integral, panes integrales), y eliminar aquellos alimentos que incrementan los niveles de azúcar en sangre (arroz blanco, pan blanco, galletas dulces, así como jugos artificiales y refrescos), las pastas sobre todo las eliminé por completo de mi dieta. Comencé a hacer 5 comidas diarias (las tres básicas y dos meriendas a media mañana y a media tarde). Se debe acompañar esto con una buena ingestión de agua y ejercicio físico, y al menos tres caminatas interdiarias de media a una hora durante la semana.
Por otra parte, entre una información y otra, también encontré la asociación de este padecimiento con otra enfermedad denominada colon irritable, y aunque nadie me había dado ese diagnóstico jamás, mis problemas intestinales eran obvios, pues vivía como con un puñal clavado en la boca del estómago y una sensación de peso en mi colon con deposiciones frecuentes cada vez de mala textura y olor, y con mucho moco sanguinolento sin estar asociado a un proceso infeccioso. Y comencé a conocer otro concepto nuevo para mí en ese entonces y es el de “cerebro intestinal”, y pude entender que los neurotransmisores que producen nuestro cerebro y que son responsables de nuestro estado de ánimo, también tienen su asidero allí en los intestino, y cuanto algo afecta nuestro sistema digestivo (infecciones, comidas irritantes, procesos inflamatorios, etc.), también se afecta nuestro estado de ánimo. Así que también busqué ayuda médica y nutricional en relación al cuidado de mi colon, comidas poco condimentadas, pocos lácteos, cero grasas, pocos carbohidratos, nada de refrescos, café o chocolate por la cafeína que contienen y que también afectan el sistema nervioso, y algo bien importante, “bajar los niveles de estrés”. Y con ayuda de herramientas bíblicas comencé a hacer sólo hasta donde me permitían mis fuerzas y hasta donde corresponde a mi círculo de responsabilidad.
Con anterioridad mencioné que en el libro que compré se explicaba como dejar de tomar medicación ya que era el siguiente paso importante para mí. Estaba lo suficientemente consciente, que por los momentos debía seguir ingiriéndolos y no pecar de interrumpir abruptamente ya que esta interrupción, tendría como resultado un efecto que en medicina se denomina “efecto rebote”; es decir, su interrupción, sin un programa de disminución de dosis, puede conllevarte a consecuencias peores que antes que los comenzaras a ingerir (un estado depresivo peor). Así que al cabo de poco tiempo, con ayuda médica y con un poco de conocimiento obtenido de la literatura científica, pero sobre todo, con la ayuda de Dios logré dejar poco a poco la medicación. Si no eres de los que tiene conocimiento en medicina recomendaría que buscaras la ayuda de un especialista (psiquiatra) para garantizar el éxito en este proceso. Dios lo hará, pero si requerimos ayuda en diferentes áreas, sino Dios no hubiera permitido que esas personas se prepararan para ayudar a los demás.
Mientras estaba haciendo eso, eventualmente experimentaba aquellos temores irracionales, y que en ocasiones conseguían paralizarme, pero declaraba el versículo de 1 Juan 4:2 que dice que el perfecto amor hecha afuera el temor, y honestamente, sin tener la total certeza de la magnitud del poder que tenían estas palabras sobre mí, yo sentía en mi corazón que si yo podía experimentar ese perfecto amor (que es Cristo morando en nuestro corazón) yo estaría bien, los malos pensamientos y los sentimientos inapropiados se irían. Hoy día estoy convencida de que cada vez que declaraba algún versículo, Dios estaba sembrando el gran significado de una palabra que siempre me acompaña, y que alguna vez me diera en una de mis sesiones de autoayuda con una mujer a quien Dios le ha dado mucha sabiduría, y ha sido una de mis principales guías en este proceso de transformación, y quiero compartir y resaltar, y esa palabra es: “Esperanza”. Y me aferré a esa esperanza que Dios solo puede dar, pero también decidí esforzarme y ser valiente como dice la biblia en Josué 1:9, porque entendí que el enemigo utiliza nuestra mente débil para infundirnos temor, ese temor que puede manifestarse como yo lo hacía al no querer enfrentar mi realidad, y como consecuencia, no salía de mi casa, y no resolvía mis asuntos con nadie; vivía llorando por los rincones triste y desconsolada; aunque estos temores, en algunas personas, también pueden manifestarse como soberbia o prepotencia con la cual solemos esconder nuestras debilidades y nuestros miedos ante los demás por temor a la vergüenza.
Otras de las herramientas que utilicé, fueron las del libro del área espiritual de SALT (siete áreas de la vida) que habla sobre el “endiosamiento” o ese vivir en la carne haciendo las cosas a nuestra manera, pues mi perfeccionismo, me hacía pensar que yo tenía el control de las cosas y de las personas, y pude entender que Dios es el único que tiene el control de “todo”, y que haga lo que haga es solo su voluntad la que prevalecerá, y pedí a Dios perdón por esa necesidad de controlar todo y a todos a mi alrededor. Nos endiosamos cuando necesitamos la alabanza de la gente, pues es una forma de mitigar el rechazo que sentimos, y buscamos reconocimiento para afirmarnos cuando podemos estar conscientes que para Dios somos importantes, y que no tenemos que hacer nada cosas para ganarnos la aceptación de los demás porque ya Dios nos aceptó, y en Él podemos sentirnos completos y seguros. Solo Él merece la alabanza que nosotros solemos solicitar para nosotros. Y algo bien importante, es que en mi perfeccionismo, criticaba y juzgaba a todo el mundo porque no lo hacían tan bien como yo, o como yo quería que lo hicieran, y eso no hacía bien a mi corazón, y aún lucho con ese pecado en mi. Cuando entiendo que Dios es Dios y es el único que tiene derecho a juzgar, puedo ser capaz de descansar en su justo juicio, y no intentar suplirlo de alguna manera. Aunque parezca mentira, el dejar de creerme Dios, calmó mucho esa ansiedad con la que vivía todo el tiempo.
Lo anterior también estuvo acompañado de las herramientas del perdón, no solo pedir perdón a Dios por lo que hicimos, sino también poder extender el perdón a aquellas personas que de alguna u otra manera nos hicieron daño y que por venganza eran a quienes juzgábamos y criticábamos. Mantener limpia la copa dice el libro del camino al calvario del autor Roy Hession, es evitar alojar en nuestro corazón suciedad, malos pensamientos y envidias. Pues la paz que te proporciona el no pecar a propósito, simplemente no tiene precio, y te garantiza un sueño apacible y una vida tranquila, no sin dificultades, pero si con una actitud correcta.
Lo anterior junto con la convicción de que Dios estaba obrando en mi y haciéndome una nueva criatura (2 Corintios 5:17), aunado a la buena alimentación y a la orientación médica, lograron en mí lo que tanto deseaba: “seguir viviendo sin necesidad de medicación para la ansiedad o para la depresión”. Aún recuerdo cuando me repetía constantemente cada vez que tenía que ingerir el tratamiento y con la tableta en mi mano: “el que está en mi es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
El versículo de Timoteo que dice Dios no nos ha dado espíritu de temor ni de cobardía, si no de poder, amor y dominio propio (2 Timoteo 1:7), fue también unos de los versículos banderas para mí, pues me sirvió para levantarme y conseguir fuerzas para cada día para ir al trabajo, y con la ayuda del Dios padre, volví a retomar mi vida, al principio un poco a medias. Y hoy por hoy, puedo decir, que gracias a Él desde hace ya unos 6 a 7 años dejé por completo la medicación, y Dios me ha permitido utilizar mi dominio propio para seguir llevando mi vida como El quiere que la lleve sin depender de ellos.
Reflexión: Atrévete a creer que Dios lo hará, su palabra dice que todo lo que pidieras en oración creyendo, lo recibiremos (Mateo 21:22), y que para el que cree, todo es posible (Marcos 9:23). Nos llenamos de tantos conocimientos seculares que se nos olvida Dios, con razón la palabra habla sobre que la letra mata, pero el espíritu de Dios vivifica (2 Corintios 3:6). Se humilde y toma las herramientas bíblicas que Dios pone en tu mano, y sobre todo, acciona con fe, y de seguro Dios hará, Dios premia la obediencia y sobre todo la constancia y la fidelidad. Hacer lo que Dios dice sin la certeza de que verás algo es verdadera “fe”, yo no sabía que iba a pasar antes de pasar por todo esto, pero decidí creer y Dios hizo la obra.